De acuerdo con fuentes del siglo XVI, se considera que el 13 de marzo de 1325 (2 casa en el calendario mexica) fue la fecha en que se fundó la gran Tenochtitlan. Este relevante hecho histórico se presenta de manera mítica como la culminación de una gesta que comenzó en Aztlán, lugar de donde partió la marcha de distintas tribus indígenas en busca del prodigio anunciado por el dios Huitzilopochtli: un águila sobre un nopal, devorando una serpiente.

Este acontecimiento fundacional tiene su origen en fuentes orales y pictográficas prehispánicas y en las crónicas manuscritas, redactadas tanto por españoles como por indígenas nahuas de distinta procedencia. La señal profética atribuida a la principal deidad mexica, para establecer y desarrollar el imperio azteca en su asentamiento definitivo, constituye una representación alegórica que entroniza el origen de un pueblo, a partir de su pasado remoto y un linaje antiguo. Situando las raíces de su civilización en eventos gloriosos, los mexicas encontraron la determinación que los llevó a dominar toda Mesoamérica, una vez consolidado su poderío político y económico.

Si bien la articulación del mito, dentro del universo mexica, marcó el suceso que significó su fundación, las creencias religiosas que ordenaban su cosmogonía resultaron claves igualmente para comprender también su caída; no son pocos los eventos míticos o proféticos que influyeron en la tragedia final de su derrota.

De acuerdo con Miguel León Portilla, en su obra, Visión de los vencidos, los presagios que advertían sobre el retorno de los dioses, los cuales fueron coincidentes con la llegada de los españoles, resultaron decisivos en las reacciones o respuestas del imperio mexica frente a los invasores; la última gran civilización prehispánica fue conquistada en forma sorpresiva y abrupta.

El auge y la grandeza de Tenochtitlan deslumbraron a Hernán Cortés y a sus soldados; uno de ellos, Bernal Díaz del Castillo, dejó testimonio del asombro que le causó esta gran ciudad en Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: “…y desde que vimos tantas ciudades y valles poblados en el agua y en la tierra firme y otras grandes poblaciones y aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba México, nos quedamos admirados…”.

A partir de la conquista, el pueblo mexica vivió un rompimiento inexorable con su pasado; se desarrolló entonces una nueva identidad como resultado del mestizaje. No obstante, las raíces de la cultura prehispánica permanecen. La imagen de la fundación de México Tenochtitlan se convirtió en el emblema que distingue a nuestro país,  la cual aparece en el centro del lábaro patrio desde Iturbide hasta la actualidad, alcanzando así el significado simbólico más trascendental en la forma de nuestro escudo nacional.

 

Fuentes:

  • Bernal, Ignacio. “Formación y desarrollo de Mesoamérica” en Historia General de México, Tomo 1, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, México, 1994.
  • Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Porrúa, México, 1979.
  • León Portilla, Miguel. Visión de los vencidos. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México, 1963.

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