Álvaro Obregón Salido, fue asesinado el 17 de julio de 1928 después de ganar la elección presidencial para el ejercicio de gobierno en el periodo 1928-1934 (el período presidencial había sido extendido a 6 años mediante las reformas constitucionales de 1927), con lo que inauguraría un segundo mandado a cargo del Ejecutivo federal; para el momento en que se anunciaba su reelección, el general sonorense contaba con una importante fuerza política y una notable influencia sobre el bando vencedor emanado de la Revolución. Para analistas e historiadores, Obregón encaja perfectamente en el perfil del “caudillo”.
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A la luz de la conceptualización del sociólogo alemán Max Weber, Obregón pudo circunscribirse dentro de los primeros planos del panorama político de su época, no solo por la condición de triunfador tras la muerte de Venustiano Carraza, sino por la dominación carismática[1] que ejerció sobre el amplio grupo que lo acogió como cabeza al término del conflicto armado.
El concepto weberiano de la dominación carismática, tiene algunos matices, que, si bien no se encuentran de manera pura en la realidad, sirven como un tipo ideal para poder establecer un estudio histórico social.
En la dominación carismática, de acuerdo con Weber, hay cierta oposición a la dominación legal o tradicional; no obstante, el carisma no se hereda, por lo que en cierto punto tiende a institucionalizarse para buscar el nombramiento de un sucesor, debido a que este tipo de dominación perdura el tiempo que vive el líder carismático.[2]
Álvaro Obregón, un pequeño agricultor y comerciante de Sonora, que fue presidente municipal en su lugar de residencia, sustentó parte de su poder en la capacidad de hacer alianzas con la clase política de su época y en el creciente apoyo popular que se le manifestaba. Sus constantes victorias dentro del plano militar, como en la vida pública, le granjearon una posición de respeto, pero también de contención; tuvo una gran cantidad de enemigos.
Cuando terminó su primer periodo presidencial (1920-1924), se retiró a la vida privada como hombre de negocios, lo que no significó su salida del entorno político. Durante la administración de Plutarco Elías Calles (1924-1928), se hicieron modificaciones a la Constitución de 1917 para permitir la reelección presidencial y se establecieron los periodos sexenales; Obregón decidió en su momento que él sería quien inauguraría las reformas constitucionales.
La mañana del 17 de julio de 1928, Obregón se dio cita como presidente electo para desayunar en el restaurante “La Bombilla”, al sur de la Ciudad de México; en la versión oficial, quien perpetró el magnicidio fue un hombre llamado José de León Toral, un retratista que a la menor oportunidad asesinó a Obregón con seis disparos; se sabría tiempo después, que el cuerpo del caudillo sonorense presentó muchos más impactos de bala, realizados con armas de diversos calibres.
A noventa y dos años de su asesinato, recordamos a uno de los personajes más emblemáticos de la etapa revolucionaria y post revolucionaria de nuestro país.
[1] Castro, Pedro, “Álvaro Obregón, el último caudillo”, en Polis: Investigación y Análisis Sociopolítico y Psicosocial, vol. 2, núm. 3, 2003. Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa. Distrito Federal, México. P. 211
[2] Ibíd.