La revolución de independencia iniciada en septiembre de 1810 vio su fin once años después. Las motivaciones que propiciaron el movimiento armado se gestaron durante los tres siglos de dominación peninsular, sin embargo, no fueron las mismas que motivaron la emancipación de la Nueva España con la metrópoli en el noveno mes de 1821.

La aparición de la Constitución Política de la Monarquía Española en 1812, conocida comúnmente como Constitución de Cádiz, definió aspectos en cuanto a la organización jurídica y política del reino español, acotando el poder absoluto del monarca e integrando elementos propios del liberalismo –animado en demasía por la invasión napoleónica de 1808— como la libertad de imprenta, la abolición de la inquisición y el establecimiento de un sistema de elecciones como mecanismo primario que daba paso a un esquema de representación popular expresado en las diputaciones provinciales, entre otros aspectos.

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El texto aprobado el 19 de marzo de 1812 estuvo vigente en todo el reino español hasta el regreso de Fernando VII al trono, quien el 4 de mayo de 1814 disolvió las Cortes, derogó la Constitución y ordenó la persecución de los diputados liberales. Los acontecimientos en la península tuvieron una importante repercusión en suelo novohispano; el realismo fortalecido por el regreso del monarca fue reconquistando los territorios perdidos y con el fusilamiento de Morelos a finales de 1815, la insurgencia se redujo a pequeños grupos beligerantes apostados al suroeste del virreinato.

La invasión napoleónica de 1808 cimbró las estructuras del orden político y jurídico de la corona, dando a los liberales peninsulares oportunidades de acción a partir de la reflexión en torno al concepto de soberanía y a una nueva noción del rol de los habitantes del reino quienes pasaron de ser vasallos a ser ciudadanos con derechos que debían ser respetados por el Estado. Aunado a ello, los problemas económicos también hicieron mella a los intentos de Fernando VII por restablecer el antiguo orden monárquico: los procesos de independencia de los diversos territorios en América mermaron considerablemente las arcas de la metrópoli, situación con la que tuvo que lidiar el rey a su regreso al trono.

En ese contexto de crisis institucional política y económica fue que tuvo lugar la revolución liberal encabezada por el militar Rafael de Riego en enero de 1820, cuya presión forzó a Fernando VII a jurar –muy a su pesar— obediencia al texto Constitucional de Cádiz el 9 de marzo. Con el regreso al régimen constitucional también entró en vigor el esquema de derechos de los que eran sujetos todos los ciudadanos del reino, lo cual fue bien recibido en la Nueva España, pero visto con recelo por parte de la clase eclesiástica y militar, por la limitación de los privilegios que el nuevo orden traía consigo.

Agustín de Iturbide, militar que había luchado del lado realista en contra de la insurgencia novohispana, fue el elegido por los conjuradores de la Profesa –organización secreta reunida desde noviembre de 1820 para evitar la aplicación de todos los efectos de la Constitución de la Monarquía Española y encabezada por el clérigo Matías Monteagudo—para madurar las acciones que derivaron en la emancipación definitiva de la metrópoli.

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Iturbide avistó la necesidad de construir un solo bloque con lo que quedaba de la insurgencia y con los nuevos separatistas; entabló comunicación epistolar con Vicente Guerrero hacia finales de 1820 y en febrero de 1821 vio la luz el Plan de Iguala, manifiesto que abanderó el último tramo del proceso de independencia y al que se adhirieron más jefes insurgentes; el 24 de agosto Iturbide firmó los Tratados de Córdoba con el último representante peninsular Juan O’Donojú y el 27 de septiembre, las tropas del Ejército de las Tres Garantías entraron triunfantes a la Ciudad de México. Un día después, la Junta Provisional Gubernativa declaraba la independencia de los territorios novohispanos.

De acuerdo con el Plan de Iguala, al consumarse la independencia de la América Septentrional, ésta asumiría una forma de gobierno de carácter monárquico el cual estaría regulado por un texto constitucional armonizado con las necesidades del naciente imperio. El trono se le ofreció a Fernando VII primeramente y como segunda alternativa a un miembro de la casa de los Borbón; sin embargo, las Cortes en España y el propio Fernando desconocieron en febrero de 1822 los Tratados de Córdoba y por tanto la emancipación de la colonia, lo que provocó una fuerte crisis política.

Los problemas comenzaron cuando Iturbide –apoyado por la Regencia—y el Congreso Constituyente, instalado el 24 de febrero de 1822, se autodefinieron como soberanos. Por un lado, los partidarios de Iturbide que eran miembros de las clases dominantes pugnaban por la continuidad del orden político y social vigente durante toda la época colonial; por el otro, los constituyentes más identificados con los propósitos de la lucha insurgente, veían en el alto clero y el ejército las clases más privilegiadas a las que había que quitarles su poderío para realizar una profunda transformación del orden social.

Las tensiones llegaron a su punto máximo con la presencia de la milicia iturbidista en la Ciudad de México y el 18 de mayo de 1822, se presentó un tumulto que pidió la coronación en el que participaron civiles y ejército. El día 19, el Congreso –presionado por militares en una sesión que además fue interrumpida en diversas ocasiones por personas que desde las tribunas del recinto pedían la proclamación de Iturbide como emperador y amenazaban con echar abajo al constituyente— designó a Iturbide como Agustín I, monarca del Imperio Mexicano.

Dos días después, Iturbide juró un texto constitucional que aún no se había redactado.

De esta manera inició la corta existencia del Primero Imperio Mexicano.

Fuentes:

Hensel Silke, “La coronación de Agustín I. Un ritual ambiguo en la transición mexicana del antiguo régimen a la independencia”, en Historia Mexicana, vol. LXI, núm. 4, abril-junio, 2012, pp. 1349-1411. El Colegio de México, A.C. Distrito Federal, México.

“Plan de Independencia de la América Septentrional”, disponible en https://acortar.link/0ACDry, consultado el 17-05-2024.

Villoro Luis, “La revolución de independencia”, en Historial General de México, El Colegio de México. México, 2000. Pp. 520-523