Fuente: https://bit.ly/2lVP2Ak

La lucha por la independencia de nuestro país obedeció a una serie de factores tanto endógenos como exógenos que hicieron mella en la estructura económica y política dentro del virreinato de la Nueva España. El Grito de Dolores, acto que anunció el inicio de la revolución armada, la madrugada del 16 septiembre de 1810 –que oficialmente se conmemora en nuestro país un día anterior—, fue el colofón de un régimen colonial que había condenado al atraso a grandes sectores de la sociedad novohispana, dada la centralización del poder económico en la metrópoli y la limitación de los derechos y privilegios de los nacidos en suelo americano.

A finales del siglo XVIII, la casa de los Borbón -familia reinante en la península-, estableció una serie de reformas conocidas como las “Reformas Borbónicas”, las cuales estuvieron direccionadas a extraer mayores recursos de las posesiones ultramarinas, centralizando con ello la actividad económica de las colonias y al mismo tiempo imponiendo impuestos especiales;[1] incluso a la propia Iglesia, institución que, en aquel momento, hacía las veces de prestamista.

Para la nueva casa gobernante del reino español, limitar el crecimiento económico de sus colonias resultaba imperioso si se quería mantener un control absoluto sobre los territorios.

Hacia finales del siglo XVIII y principios del XIX se agregó una variable más a la ya de por sí complicada situación de la Nueva España; hubo una crisis en la producción de alimentos, provocada por fuertes sequías que azotaron las regiones productivas. El problema de la escasez se agravó debido a la especulación y acaparamiento que los latifundistas de aquel periodo ejercieron respecto de los granos de consumo básico[2].

Así, previo al estallido de la guerra de Independencia, la Nueva España fue azotada por dos fuertes sequías, escasez de alimentos, brote de epidemias y un importante número de muertes[3].

Por su parte, en el terreno político, los criollos intelectuales y acaudalados, comenzaron a demandar mayor participación en los altos puestos de la administración de la Nueva España, los cuales eran ocupados únicamente por peninsulares; dicha segregación impulsó en buena medida el movimiento revolucionario de Independencia.

Ante este escenario, solo faltaba una chispa para encender el movimiento social; a mediados de 1808 Napoleón Bonaparte había invadido la metrópoli, con lo cual abdicaron los reyes de la Corona española y, en su lugar, impuso a su hermano José en el trono.

Estos hechos comprometieron la estabilidad política en la Nueva España y las reacciones no se hicieron esperar; se organizaron asambleas en el Ayuntamiento de la Ciudad de México; Francisco Primo de Verdad y Ramos, quien fungía como síndico, en una de sus intervenciones ahondó en el tema de la soberanía arguyendo que, a falta del monarca, la soberanía residía en el pueblo.

La apelación a la noción de autonomía[4], intrínseca en las propuestas de los criollos, con la participación –directa o indirecta—del entonces Virrey José de Iturrigaray, provocó el eventual golpe de Estado en contra de este último -dirigido por el comerciante Gabriel de Yermo- y la imposición de Pedro de Garibay al frente de la Nueva España.

Con el golpe de Estado a Iturrigaray, comenzaron a organizarse juntas secretas en las que participaron criollos intelectuales y adinerados, y en las que comenzó a conspirarse en contra del gobierno local impuesto por peninsulares. Miguel Hidalgo, cura al frente de la congregación del poblado de Dolores, ubicada en la región del Bajío, formaba parte de esas tertulias junto con otros personajes como Ignacio Allende, Ignacio Aldama, Josefa Ortíz y su esposo Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro.

Estas juntas secretas fueron frecuentes en gran parte del territorio; en la Ciudad de México Leona Vicario,[5] por ejemplo, participó en un círculo que, a su vez, tenía conocimiento de la junta conspiratoria de Querétaro.

La junta conspiratoria de Querétaro fue descubierta el 12 de septiembre de 1810. Cuatro días después, Hidalgo fue notificado del suceso. Originalmente, en los planes insurgentes no se incluía la intervención de la base de la pirámide social novohispana; ni los indígenas ni las castas estaban considerados en el movimiento político prospectado por los criollos.

Ante la apremiante situación, Hidalgo incluyó estrepitosamente a aquellos sectores sociales relegados durante tres siglos de dominación, los cuáles resentían con mayor fuerza las sequías, las hambrunas, el brote de epidemias y el esclavismo.

La madrugada del 16 de septiembre, en el poblado de Dolores, Hidalgo convocó a una lucha que, en primera instancia, no estaba dirigida a obtener la Independencia de los territorios, sino a derrocar al grupo de peninsulares apostados en el poder que concentraban los espacios más importantes en la administración burocrática y religiosa de la Nueva España.

Al grito de: ¡Viva la virgen de Guadalupe!, ¡Viva Fernando VII!, ¡Muera el mal gobierno!, una turba enardecida por todos los abusos cometidos en su contra, sin preparación militar y en un evidente caos, se dirigió hacia Guanajuato haciendo despojos a su paso y ajusticiando por propia mano a los gachupines interpuestos en su camino.

Así inicio la revolución de Independencia.

 

[1] Ortelli, Sara, “Las reformas Borbónicas vistas desde la frontera. La élite neovizcaína frente a la injerencia estatal en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, núm. 28, julio-diciembre, 2005, pp. 7-37. Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani. Buenos Aires, Argentina. Se recomienda esta lectura para observar lo sucedido al norte del Virreinato de la Nueva España con la entrada de las reformas peninsulares y sus consecuencias inmediatas.

[2] Florescano, Enrique, Precios del maíz y crisis agrícolas en México 1708-1810, Ediciones Era. México, 1986. Pp. 22.

[3] Mendoza V., Héctor; Uriquijo Pedro; Barrera-Basols Narciso y Bocco Gerardo, “México y el cambio geográfico: dos siglos de historia (1810-1910)”, en México en tres momentos: 1810-1910-2010, Alicia Meyer (coord.), Instituto de Investigaciones Históricas UNAM. México, 2007. Tomo II. p. 141.

[4] Breña, Roberto, “La España peninsular y la Nueva España ante los acontecimientos de 1808 (El liberalismo gaditano y la insurgencia novohispana en una era revolucionaria), en Historia Mexicana, vol. LXVI, núm. 1, julio-septiembre, 2016. El Colegio de México A.C. Distrito Federal, México. Pp. 163

[5] Guedea Virginia, Los Guadalupes de México, Instituto de Investigaciones Históricas UNAM, disponible en https://bit.ly/2ZUGyZr, consultado en 13-09-2020

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